Comunicación y política, pedagogía y transparencia

Disfruta de la primera entrevista concedida por Mariano Rajoy, quizá sea la última

En unas declaraciones, en septiembre de 2011, el entonces candidato y actualmente Presidente del Gobierno español Mariano Rajoy afirmaba: “España tendrá en los primeros 100 días una ley de transparencia, buen gobierno, y acceso a la información pública. Todo el mundo podrá saber en qué se gasta el dinero. Transparencia total».

Su estreno como presidente, sin embargo, no invita demasiado al optimismo: delegación absoluta de las labores de comunicación en miembros de su gobierno, pavor a las interpelaciones de periodistas, entrevistas pactadas, sometimiento de los intereses particulares del partido (elecciones en Andalucía) a los intereses generales del país (toma urgente de determinadas medidas económicas…).

Muchas opiniones coinciden en señalar que todo se trata de una estrategia perfectamente meditada: “Rajoy no está callado. Habla en silencio, que es diferente. Lo que está haciendo es medir-demostrar su fuerza. Y demostrando que puede hacerlo, sin que la supuesta crítica mediática o política le hagan “rectificar”. Mide su fuerza… y, por tanto, hace irrelevantes las críticas. Está a la ofensiva, no a la defensiva!. Antoni Gutiérrez-Rubí.

O como ha afirmado siempre mi admirado Juan Carlos Ballesteros, Rajoy va a adoptar un perfil bajo, a la sombra, para protegerse de las posibles críticas a su gestión y a las medidas que adopte. Para dar las explicaciones y asumir los palos ya irá interponiendo a otros miembros del gobierno que, en el caso de que se quemen, podrá intercambiar sin que le afecte directamente.

La etimología de la palabra política nos aclara que el gobierno del Estado ha de realizarse al servicio de la sociedad, del ciudadano.

La estrategia en la gestión y en la comunicación posterior debería estar, en este sentido, dirigida a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y no la mera percepción que de la labor del gobierno se tiene.

En una situación como la actual, aun más, la política debería adquirir una nueva dimensión que apostara por una gestión eficaz, lógicamente, y por una labor de comunicación que incluyera transparencia, pedagogía y explicación completa de las medidas que se adoptan, sus causas y los propósitos que se persiguen. [Léase, por ejemplo, aumento de impuestos: anatema en campaña y necesidad en el gobierno].

No se puede tratar a los ciudadanos con ese paternalismo interesado que piensa que los políticos son seres superiores y que todas sus medidas por obtusas, opacas e incomprensibles que sean se toman únicamente en el beneficio de los ciudadanos.

En la política, repetimos, los principales protagonistas son los ciudadanos y no los políticos y no se pueden admitir medidas por supuestos dogmas de fe.

Hay que reflexionar, explicar y convencer para posteriormente crear y desarrollar medidas que redunden el beneficio común (y no a la inversa).

El hábito de tomar las medidas, unilateralmente, casi por influencia divina, y posteriormente trazar una estrategia de comunicación que las haga digeribles es equivocada, pervierte los principios de la política y redunda, en último término, en el desprestigio y la falta de confianza hacia los políticos, que son –a diferencia de lo que algunos de ellos mismos se piensan- parte del sistema democrático, no el sistema democrático.

Lo triste de esta reflexión es que los destinatarios de la acción de gobierno son las personas que depositaron en ellos su confianza.

Va a resultar ahora que los políticos, en lugar de tenerlos como aliados y pilares de su gestión, tienen miedo de los ciudadanos.

Si continúan con esta actitud e insisten en formas de gobernar propias de siglos pasados, quizá se haga real esta percepción.

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